
Luces de la ciudad, City lights, 1931
En 1931 nos encontramos a un Charles Chaplin de 42 años. Es un artista respetado y millonario, que vive cómodamente en Hollywood. Hace mucho que sus sueños se han cumplido y ha dejado atrás la miseria de su infancia.
En esa etapa de madurez, con productora propia y dueño de un personaje, Charlot, con el que se ha ganado el aplauso universal, a Chaplin aún le quedan por rodar sus mejores películas.
Una de esas joyas es Luces de la ciudad, con ella Chaplin demostró una portentosa confianza en sí mismo y en su público al estrenar una película muda, cuando todo el mundo se volvía loco con las habladas.
CHARLOT Y LA FLORISTA
Chaplin creyó que las “talkies” serían una moda pasajera, así que en Luces de la ciudad su particular homenaje al sonido consistió en añadir efectos sonoros a la secuencia inicial, usándolo como una baza más para ridiculizar a la autoridad, un clásico en Chaplin.
Luces de la ciudad es una historia de amor entre dos desheredados de la fortuna, un vagabundo y una florista ciega (Virginia Cherril), que por uno de esos malentendidos «made in Charlot» lo confunde con un hombre rico. Como siempre, el personaje hará lo imposible por ayudar a la chica a salir de su precaria situación. Su encuentro con un millonario de verdad (Harry Myers), al que salva de un intento de suicidio, puede ayudarle a conseguir dinero, aunque su acaudalado camarada sólo le reconoce cuando está ebrio.
LA VIOLETERA
Lo único que le faltaba por hacer a Charles Chaplin en sus películas era componer la banda sonora, y como no, se puso a ello.
En el caso de Luces de la ciudad adaptó el cuplé del español José Padilla “La violetera”, pero quizás en un ataque de ego, se lanzó descaradamente al plagio sin acreditar a su legítimo autor.
Un error que el gran Chaplin tuvo que pagar en los tribunales.
Dadle al play al vídeo y escuchad…
(ESPECIAL CHARLES CHAPLIN Parte III : Pinchad aquí).