
(Foto: Escena de la película Sin Perdón. Fuente: El País)
SIN PERDÓN, Unforgiven, Clint Eastwood, 1992
Si hay un género clásico que de vez en cuando resucita, ése es el western. Posee la incansable capacidad de ascender a la categoría de iconos a todos esos misteriosos personajes solitarios consagrados a su revólver.
Clint Eastwood los encarnó a menudo y conoce a fondo sus resortes, por eso resulta tan brillante su aproximación al rol clásico del fuera de la ley que nos ofrece en Sin Perdón.
APUESTA DE EASTWOOD
Clint Eastwood hace su apuesta sobre qué sucede después de esa última escena en la que el pistolero se aleja cabalgando hacia el crepúsculo, imagina en qué podrían convertirse aquellos afortunados que sobreviven lo suficiente para envejecer.
Eastwood es William Munny, un delincuente retirado que ha rehecho su vida, fundando una familia y malvive pobre pero honrado. Le acompañan Ned Logan (Morgan Freeman) y un joven aspirante a forajido que da mucho juego.
Gene Hackman encarna otra posibilidad, es el sheriff de su localidad. Un respetable ciudadano y pésimo carpintero que conoce los suficientes secretos para amargarle la vida a Richard Harris.
Harris es Bob el inglés, otro ex –colega en activo con cierto halo de superhéroe de cómic gracias al éxito de las novelas que protagoniza, escritas por el periodista que le acompaña a todas partes en calidad de biógrafo.
INTERPRETACIONES MEMORABLES
Todas las versiones del mismo personaje se reúnen en Big Whiskey atraídas por la recompensa que ofrecen unas prostitutas.
Oportunidad que aprovecha Clint Eastwood para humanizar a los fríos pistoleros que le dieron fama, gracias a un grupo de actores memorable.
Los duelos interpretativos se suceden, llenando la pantalla de algo más grande que el buen hacer de actores veteranos. La llenan de verdad y de vida. Y lo hacen porque ellos mismos, como sus personajes no mueren, llegado el momento, como Richard Harris, cabalgarán hacia el crepúsculo.